Dos joyas coloniales del noreste brasileño
Ubicadas en el estado de Pernambuco, en el noreste de Brasil, las ciudades de Recife y Olinda forman una combinación imperdible para cualquier viajero que busque historia, cultura, playa y alegría. A tan solo 7 kilómetros de distancia entre sí, estas dos ciudades ofrecen una experiencia complementaria que revela el alma de Brasil en su máxima expresión.
Recife, conocida como la "Venecia brasileña" por sus numerosos canales, puentes y ríos, es una ciudad vibrante y moderna que combina arquitectura colonial con rascacielos frente al mar. Su centro histórico, Recife Antigo, es un excelente punto de partida para los turistas: allí se encuentra la Praça do Marco Zero, rodeada de coloridos edificios y animados bares. También destacan el Museo Cais do Sertão y el Instituto Ricardo Brennand, dos espacios culturales de primer nivel.
La playa de Boa Viagem es el corazón turístico de la ciudad, con su extensa franja de arena blanca, cocoteros y aguas tibias, aunque hay que tener precaución con los carteles que advierten sobre tiburones en ciertas zonas. Aun así, su paseo marítimo es ideal para caminar, correr o simplemente disfrutar de un atardecer tropical.
A pocos minutos de Recife se encuentra Olinda, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Esta ciudad colonial, fundada en el siglo XVI, parece detenida en el tiempo. Sus calles empedradas, casas coloridas y numerosas iglesias barrocas crean un ambiente mágico que encanta a cada paso. Desde el Alto da Sé se obtienen vistas panorámicas impresionantes del océano y de Recife a lo lejos.
Olinda es también sinónimo de arte y bohemia. En sus rincones florecen los talleres de artistas, las ferias de artesanías y la música en vivo. Durante el Carnaval, sus estrechas calles se llenan de color y ritmo con los famosos "bonecos gigantes" (muñecos gigantes) y comparsas tradicionales que danzan al son del frevo y el maracatu.
Recife y Olinda son destinos que combinan a la perfección la energía brasileña con el legado colonial. Juntas ofrecen una escapada cultural y sensorial que deja huella en el alma del viajero. Ya sea por sus playas, su historia o su espíritu festivo, estas dos ciudades son una parada obligada en cualquier recorrido por Brasil.